roberto lañas vallecilla & la silla eléctrica

 

Aquella helada mañana de noviembre mientras la Gran Vía parecía un hato de respetables que deambulaban de arriba abajo mirando en las vidrieras de imposibles y los ociosos ocupaban las sillas de las lujosas terrazas, en el bar de Cultura Hispánica, de Argüelles, Felicidad Blanc-Panero me puso delante de Roberto Lañas, un caballero de industria que había sido secretario de la Universidad del Valle y ahora llevaba, en casa de una señora del barrio de Salamanca, una vida monacal dedicada a las plegarias por la salvación su alma, cuando no estaba de fin de semana en una cartuja, donde está sepultado.

 

Había frecuentado a “Don Roberto” un par de veces en la universidad, cuando teníamos que vérnoslas con permisos o informaciones o manejo de fondos para eventos culturales. Nada sabía de su persona, excepto que mi imaginario lo ubicaba como un empleado de Mario Carvajal o Alfonso Ocampo Londoño.

 

 “Don Roberto”, al enterarse de mis penurias y el interés por terminar el doctorado en letras, fue introduciéndome a varios de sus contertulios, que se reunían en alguna cantina de Gran Vía, colombianos todos, aficionados a los toros y la política, varios ex diplomáticos y parlamentarios, otros rentistas como Roberto y Misuca Caicedo o pilotos internacionales como Abraham Palacios que muriera en el accidente de Avianca en Mejorana del Campo o becarias de Cultura Hispánica como Marta Posada, hermana de un historiador filo comunista y mamerto.

 

 

En la medida que “don Roberto” acreditaba mi interés en continuar los estudios y mi naturalidad demostrando que había dejado de lado mis desatinos izquierdistas y le acompañaba, una tarde si otra no, a con las oraciones a la Virgen del Pilar, patrona de la hispanidad y la Guardia Civil, cuya replica en madera dorada de treinta y ocho centímetros de alto sobre una columna de jade forrada en bronce y plata guardaba con indignante veneración en un nicho del armario de la casa salmantina, decidió acercarme a personas que podían favorecerme fuese con dinero o en especie. Una de ellas Mario Carvajal, latifundista que había fundado la Universidad del Valle recibía los sábados en la mañana y Amira de la Rosa, cuyo verdadero nombre era Amira Arrieta Mc-Gregor, poetisa barranquillera, llevaba media vida en la fría oficina del primer piso del palacete de Martinez Campos, que tanto apetecía Eduardo Carranza.

 

Mario Carvajal, poeta él mismo, imitador y protector del desequilibrado vate Antonio Llanos, ocupaba una de las 17 suites del Westin Palace Hotel, en la parte más alta de ese precioso edificio levantado por gusto de Alfonso XIII, el tío abuelo de Antonio Caballero Holguín. Era una estancia espaciosa y elegante,  amueblada con un inmenso sofá en el lounge y un comedor donde departían al menos seis invitados. La única vez que estuve allí, para recibir una donación de 5000 pesetas, Don Mario Carvajal desayunaba en compañía de un ingeniero no salido del armario, Alberto León, Francisco Franco-Salgado primo y secretario del Caudillo, Belisario Betancur, Gilberto Rodriguez acompañado de Álvaro Bejarano y una actriz de la tele, jovencita ella, que luego rodaría por los precipicios de la droga.

 

Amira Arrieta Mc Gregor, amiga y admiradora de Gabriela Mistral, a quien frecuentó sentimentalmente en Barcelona antes de casarse con Reginaldo de la Rosa Ortega, fue autora de obras para teatro radial típicamente femeniles, dignas de esa literatura para matronas del franquismo triunfante. Cuando le conocí había entrado en años, y quizás porque sabía que de nada sirve guardar para el desperdicio las cosas de este mundo, al enterarse que estaba escribiendo una interpretación de la obra de Borges su famoso coetáneo, decidió regalarme el repertorio, completo, de la revista Sur, que tenía en su piso de la Calle Maldonado, donde estuve almorzando casi un año, en compañía de una hermana de Enrique Santos Molano, a quien también acogía la poeta.

 

Fue Amira de la Rosa quien reveló los secretos de Roberto Lañas.  

 

Según su relato, Roberto, que había nacido en Cali en 1908 y era uno de los nietos de Policarpo Vallecilla y Josefa Salas, había hecho la primaria con los hermanos maristas en una escuelita del barrio San Antonio, luego el bachillerato con los hermanos franciscanos en el Colegio Seráfico y como quisiera ser cura inició el noviciado en La Porciúncula de la capital. 

 

Con una beca medio erótica y medio franciscana fue a Roma a estudiar al Instituto Sapienza donde se haría sacerdote, una de las profesiones que la iglesia depara a los hijos de las buenas pero pobres familias. Allí aprendió inglés, griego, latín, alemán, francés e italiano hasta el día en que, de tanto trasegar por las calles romanas, el rubio y alto vallecaucano de ojos azules y cabello ondulado se enamoró de un siciliano de cabellos negros y colgó los hábitos.

 

Según Ladislas Farago, que cita como fuente de sus noticias en El juego de los zorros a Gregorio Prieto, el pintor postista que vivía esos años en Roma de la mano de Ramón del Valle Inclán, Lañas, al renunciar a su vocación y verse presionado por la iglesia al haber roto sus compromisos sagrados regresó a Cali con su amante de apellido Montiele y trabajó como recepcionista en el Hotel Alférez Real pero inesperadamente volvió a Paris para estudiar Ciencias Políticas en la Sorbona, de donde, en 1938 se trasladó a Ginebra para desempeñarse como traductor en la Oficina Internacional del Trabajo. Fue allí, en un cabaret de travestidos, donde entró en contacto con los reclutadores de espías nazis, tan perseguidos por las agencias de contraespionaje norteamericanas que según Farago, para comienzos de los años cuarentas, Alemania solo tuvo seis espías en la costa oeste de los Estados Unidos:

 

El hombre singular del sexteto –dice Farago en su famoso libro- era el lingüista colombiano Roberto Lañas Vallecilla, que llegó a los Estados Unidos en septiembre de 1940 bajo los auspicios del Amt Ausland/Abwehr im Oberkommando der Wehrmacht, el servicio secreto alemán. Le fue muy bien como lingüista, como espía e incluso como soltero atractivo, combinando las tres vocaciones en beneficio de sus empleadores”.

 

Luis Zalamea Borda ha dejado en sus memorias el registro de cuando conoció a Lañas en New York, en plena actividad como espía nazi.

 

“En un acto conmemorativo del 20 de Julio en el Consulado de Colombia, dice, conocí a Roberto Lañas  un caleño fascinante de unos 35 años de edad. De formación jesuita y fácil palabra, exponía tesis fundadas en la lógica aristotélica en defensa de su posición abiertamente pro alemana en la guerra, adoctrinando a un grupito de jóvenes que lo emulaban y rodeaban embelesados con sus ideas, entre ellos los "playboys" criollos Abraham y Diego Domínguez Vázquez, adinerados nietos del General Alfredo Vázquez Cobo, uno de los viejos jefes del conservatismo en el Valle del Cauca. Como otro gesto de rebeldía y desafío al establecimiento, yo pronto ingresé a aquella cofradía de germanófilos. Nos reuníamos en el lujoso apartamento de Lañas,  que despilfarraba dinero sin tener fuentes visibles de ingresos, y allí escuchábamos por la Radio de Berlín los triunfos de la Wehrmacht de Hitler a través de las estepas de Rusia, Bielorrusia y Ucrania hacia sus objetivos principales de Moscú, Kiev y Sebastopol.”

 

En sus años de New York Lañas fue un dandi y un febril enamorado al servicio del nazismo. Vestía preciosos trajes oscuros de corte y paño ingleses que combinaba con camisas y mocasines a medida comprados en las exclusivas tiendas de Oxford Street en Londres. Bebía poco y muy fino, con cierta adicción a los brut españoles, posaba de filólogo, jurista, cronista y académico. Sheila Roldán, una historiadora del nazismo en la España de la postguerra que ha seguido la huella de Lañas en New York, dice que tenía un encanto personal hipnótico que le permitía hacer amistad con gentes muy refinadas, y le abría las puertas de los sitios más exclusivos. Según la señora Roldán, las aventuras de Lañas en los Estados Unidos apenas son comprables con aquellas de otro colombiano, Carlos Palau, en la España de la transición, cuando llegó incluso a pretender a las dos herederas del trono en un baile de máscaras en Las Vistillas de Madrid, fue amante de varias actrices de moda como Ángela Molina, que le obsequió uno de sus hermosos Morris Minor y el Rey Juan Carlos le llevaba en su moto alemana hasta los Alpes suizos en busca de chicas colombianas de pro. Uno de los primos de Roberto Lañas, cuenta la señora Roldán, relata cómo en una fiesta a la que asistieron, al ver que no bailaba y le preguntara por qué no lo hacía, este habría respondido: “La última vez que bailé, lo hice con Su Alteza Serena Sofía von Hohenberg de Austria.”

 

Nadie sabe a ciencia cierta qué tipo de espionaje realizaba Lañas. Las acusaciones apuntan a que informaba sobre la producción de armas y sus estructuras a través de contactos que tenía en Lisboa y Barcelona, pero lo cierto es que pudo ser investigado por los organismos secretos gracias a las denuncias que una bella modelo llamada Audrey Roncovieri, a quien Lañas había contratado como asistente pero cuyas pretensiones amorosas había rechazado, lo vendió al FBI diciendo que era el organizador de una red de espías y concupiscentes nazis.

 

Lañas fue perseguido por más de dos años, entre 1941 y 1943, hasta que una de sus novias, hija de un contralmirante de la marina norteamericana, despechada por haber sido también víctima de un engaño sentimental, encontró una carta escrita con tinta invisible que su pretendiente quería hacer llegar a Lisboa, donde informaba que entre Julio de 1940 y Marzo del 41 se habían fabricado unos 7000 aviones, 4000 de ellos despachados a Inglaterra. La carta, escrita en español, pretendía ser una nota amistosa donde se contaba al confidente que quien escribía no había podido obtener una visa para visitar los Estados Unidos y estaba firmada con un Tuyo hasta la muerte. Fue entonces cuando la hija del contralmirante vino a saber que Gabriel Reyes se llamaba Roberto Lañas y era un colombiano al servicio del nazismo con una red de la que hacían parte Alberto Gonzalez Acevedo, Juanito Boix y Gretna Berkowitz antisemitas y ex religiosos vinculados con sectas secretas del catolicismo que iba a elegir al Cardenal Eugenio Maria Giuseppe Giovanni Pacelli Graziosi como Papa Pio XII. “Sus actividades llamaron por primera vez la atención de las autoridades federales en la primavera del 41, cuando se recibió información de una alta fuente europea”, dice el informe del agente Edward Mooney del Departamento de Justicia de los Estados Unidos que le detuvo en el 43.

 

Fue capturado en la misma casa de la muchacha de quien Lañas se despedía cada tarde con un sweet dreams, my darling mientras escuchaban canciones de Big Crosby y Edith Piaf que tanto gustaban. Lañas fue condenado a la pena capital en la silla eléctrica.

 

Abandonado por los nazis, asumió su defensa demostrando que la información que contenía la carta interceptada era un resumen de las noticias que aparecían en los periódicos sobre las armas yanquis. Incluso, durante el juicio, uno de sus parientes atestiguó que el acusado lo único que en verdad hacía era engañar a los alemanes vendiéndoles incluso mentiras para ganarse unos dólares de mas para sus exorbitados gastos de gigoló y buena vida.

 

Otras de las recientes investigaciones sobre las actividades de Lañas indicarían que él como su grupo de apoyo eran en verdad seguidores de Wilhelm Franz Canaris, un anti-nazi que planeo varios de los atentados contra Hitler, incluyendo el del 20 de Julio de 1944, y lo que hacían en New York era colaborar con la expatriación desde Europa de ricos judíos influyentes que escapaban a través de Alemania pasando por España y Portugal hasta llegar a América. Se dice también que ese grupo fue el que persuadió a Francisco Franco para impedir que las fuerzas alemanas pasaran a través de España e invadir Gibraltar.

 

Lañas y sus abogados convencieron a la justicia norteamericana que se trataba en su caso más de un pícaro colombiano que un verdadero espía del nazismo, y con la intervención del ex presidente López Pumarejo fue deportado, tras el indulto de la pena de muerte, a Colombia en 1948 donde comenzó desde cero como subdirector de la oficina de aseos municipales, luego inspector de policía, secretario de la oficina de circulación y tránsito y por último, durante dos décadas, un empleado de confianza de los sectores más recalcitrantes de la Universidad del Valle, donde fue profesor de filosofía, jefe de relaciones públicas y secretario general.

 

Nada se sabe de la vida secreta de Roberto Lañas durante los años que trabajó en la Universidad del Valle, pero según las confidencias que hizo a un empleado de la curia caleña apodado El Gordo Roldán, ofreció al Milagroso de Buga la promesa de que si le daba larga vida sería casto. Lo cierto es que Lañas actuó en la Universidad del Valle durante todos los años en que esa institución de educación superior fue un instrumento satélite para la implementación del llamado Plan Básico, o “Plan Atcon” (1960 y 1970), "Plan Karachi", en Asia (1959-60) o "Plan Addis Abeda", en África, (1960-61), ideados en el departamento de estado norteamericano por Rudolpf Atcon para desmovilizar la universidad crítica creada en Rosario y convertirla en tecnocrática, sumisa a los dictados del neoliberalismo eliminando las carreras humanísticas. En Colombia destruyeron la historia y borraron de la memoria los debates políticos partidistas. Al jubilarse, Lañas volvió a España, donde le encontré aquella fría mañana de Noviembre, conversando animadamente con Felicidad Blanc-Panero y Pepe Hierro.

 

Lañas se movía a sus anchas entre la elite de colombianos que gozaba de los privilegios del tardo franquismo. Y aun cuando detestaba entrar al Chicote, era un habitual de cafés como Miami, Zahara y la Manila, su preferida, porque desde el segundo piso podía observar la multitud hasta las tres o cuatro de la mañana. Pero sus mejores ratos los pasó sin duda en las terrazas de Fuima e Iruña, cerca de Plaza de Callao.

 

Otra de sus pasiones fue el cine, que veía en Coliseum, Luchana, Palafox o Cid Campeador. Yo le acompañé en varias ocasiones a los estrenos de algunos filmes de la época. Luego de ir a una pequeña capilla cercana a su casa en el barrio de Salamanca, donde orábamos a la Virgen del Pilar, muy recamada ella en oro y plata, Roberto Lañas me invitaba a ver filmes como Canciones para después de una guerra, de Martin Patino, o La semana del asesino de Eloy de la Iglesia.

 

Los últimos años de su vida los pasó como portero de La Cartuja de Jerez de la Frontera, cerca a Cádiz, donde invitó en varias ocasiones a poetas como Eduardo Carranza o al futuro director del Instituto Caro y Cuervo, el Doctor José Ignacio Chaves Cuevas, también Secretario Perpetuo de la Real Academia de la Lengua Colombiana, que gustaba mucho de los anisados y platillos que preparaban los hermanos cartujos. Como se sabe, los cartujos tienen por lema la frase Stat crux dum volvitur orbis, algo así como mientras la cruz permanezca que el mundo de vueltas, una suerte de consigna budista según la cual sólo la contemplación, la búsqueda del nirvana, salva de la angustia de vivir y nos libra de la codicia por el dinero y la gloria. Vivir aislado en una celda libera de la soledad del mundo y concilia con la multitud del ser, los miles que somos en nosotros.

 

En varias ocasiones trató de convencerme hiciera votos de eremita y viajara con el a la Cartuja. Incluso contaba que había pasado varias temporadas en compañía de un par de poetas dipsómanos, Jaime Garcia Mafla y Germán Posada, levantándose muy temprano, orando y laborando la tierra, sin jefe alguno o plan previsto, leyendo en algunos libros, incluso las novelas eróticas de García Marquez o los poemas patrióticos de Carranza, que no podía compartir con nadie pues la orden les prohíbe la conversación y los diálogos entre ellos. 

 

Roberto Lañas murió de un infarto de miocardio el 28 de Noviembre de 1988, ochenta años cumplidos. Al enterarme de su muerte volví a ver ese pequeño oleo de Zurbarán que colgó durante años en su cuarto de soltero en el barrio de Salamanca y aquel chiste, que  repetía,  sobre dos cartujos que a las cinco de la mañana continúan cavando su tumba mientras recitan el mantra hermano, hermano, de morir tenemos y de repente una voz desde lo alto les responde: claro marranos, si no comemos.

 

Revista Cronopio, nº 31, Medellín, 5 de Abril de 2011.

http://www.revistacronopio.com/?p=4983

 

Visto  http://www.diatribasdeumbertocobo.com