Ana Roda ante su Biblioteca Nacional

 

 

no más bibliotecas públicas, no más corrupción

 

«Hasta que no sea viable obtener una educación en casa, a través de nuestra propia computadora personal,

la naturaleza humana no habrá cambiado»

Arthur L. Samuel

The Banishment of Paper Work, New Scientist Magazine, 1964

 

Como se sabe, la censura española al libro durante la colonia, con sus restricciones a toda expresión de carácter ideológico, político, social y cultural impidieron la creación de bibliotecas públicas, consideradas desde entonces templos de las democracias. Es por ello que José de San Martin, un patriota más ilustrado y liberal que Bolívar y Santander, creó, con Mariano Moreno,  las primeras que existieron en Buenos Aires [1810] y las de Lima [1820], dándoles como atributo y contenido la libertad de lectura, comprendiendo el papel que podrían desempeñar en el desarrollo de las nuevas naciones. Ideas que fueron diseminadas y aplicadas por Domingo Faustino Sarmiento durante su presidencia [1868-1874] y José Vasconcelos, el gran secretario de cultura [1921-1924] de Alvaro Obregón. Brasil conoció el incremento de sus bibliotecas públicas durante los cuatro gobiernos de Getulio Vargas.

 

Bien entrado el siglo XX los conceptos sanmartinianos fueron relegados alimentando una idea seudo aristocrática y eruditista de las bibliotecas, conceptos supérstites del coloniaje y las culturas excluyentes que apenas vinieron a fragmentarse durante la postguerra,  cuando los tremendos desarrollos industriales, tecnológicos y económicos de Estados Unidos y Europa y el empuje de las democracias occidentales despertaron las repúblicas latinoamericanas a nuevas realidades, que llevaron a otras frustraciones y tiranías, pero resucitaron la idea de que las bibliotecas públicas bien podrían ser también, entre nosotros, fuentes del progreso.

 

Todo ello fue debatido en la Conferencia de Sâo Paulo, convocada por Unesco en Octubre de 1951 para definir el futuro de las bibliotecas públicas y a la cual asistió, en calidad de observador, Luis Angel Arango, el todo poderoso gerente [1947-1957]  del Banco de la Republica de Colombia, desde donde impulsó la creación del Museo del Oro y la Biblioteca del Banco que lleva su nombre. Para Arango, que conocía de literaturas, artes y arquitectura, esa pequeña sala para 250 lectores, en el corazón del viejo barrio de La Candelaria, no debía ser sólo un deposito de libros y refugio de escritores desafortunados, sino un lugar que ayudase a salvar para la cultura a unos cuantos incultos e ignaras y donde los niños y los adolescentes que huían de la educación formal pudiesen reunirse para recibir consejo y recreación, fomentando sus actividades creadoras.

 

Pero la violencia desatada tras la muerte de Gaitán y los Planes Atcon y Lasso implementados durante los gobiernos de Alberto Lleras y Guillermo Leon Valencia por sus ministros Jaime Posada Diaz y Pedro Gómez Valderrama, destruyendo el débil entramado de cambio en la educación y la cultura que había intentado Lopez Pumarejo y sus ministros López de Mesa y Zalamea Borda, la prolongada guerra de guerrillas y las rebeliones estudiantiles dieron al traste, durante el Frente Nacional, con un eventual auge de las bibliotecas públicas en Colombia.

 

Es a partir de los años ochentas y luego de la firma de numerosos convenios entre la recién instaurada democracia española y el gobierno de Turbay Ayala, que obtuvo, incluso, del Reino de España la doble nacionalidad para los colombianos, cuando mediante una suerte de rescate de las Américas, con la colaboración de Belisario Betancur, que había sido embajador en España durante el gobierno de Lopez Michelsen, que el grupo Prisa y la Fundación Santillana, se inventan, literalmente, las nuevas bibliotecas públicas colombianas.

 

Una labor incansable para agotar los presupuestos de la educación, la cultura y la salud, que comenzó en la década de los setentas con la venta masiva de textos escolares mediante la creación de numerosas empresas editoriales y comerciales, muchas de ellas de fachada, desarrollando una intensa actividad mercantil y financiera que terminó por hacer de Jesus de Polanco y sus empresas, no sólo uno de los más poderosos hombres de negocios de España, sino prácticamente en el propietario de la educación y la cultura, y vastos sectores de la salud pública colombianas.   

 

En 1983 el Grupo Timón firmaría el primero [4.500 millones de pesetas] de los convenios para el suministro de material didáctico y educativo, que incluyó muñecas, computadoras, castañuelas y panderetas. En 1984, otro por igual monto y uno con el Ministerio de Salud por 8900 millones de pesos para el suministro de material hospitalario; el 24 de Mayo de 1987 otro, por 4000 millones de pesos, para un gran total de contratos entre el Ministerio de Salud y el Fondo Nacional Hospitalario del orden los 20000 millones de pesos según se deduce en un artículo firmado por Gerardo Reyes y publicado en El Tiempo el 27 de Julio de 1987.

 

Según el artículo, las mercancías vendidas al estado colombiano incluían implementos para retardados mentales, muñecas con distintos sistemas de abroche, bolas y cubos de colores, juegos de dominó, rompecabezas con figuras de tractores, manzanas y elefantes, tableros de ajedrez, bastones para ciegos, clarinetes, trompetas, filiscordios de Si bemol, bombos, tambores, marimbas para niños sordos, laboratorios para la enseñanza de física, alfileres para clavar insectos, microscopios, 33 enormes bibliobuses Land Rover equipados con estanterías, armarios, mesas y sillas, 33 camperos Land Rover Santana con equipos de sonido y altoparlantes, una unidad móvil de televisión Mercedes Benz, un tractor Ebro equipado con material didáctico, y un inmenso Cristo en madera tamaño natural, “marca Inri”. El contrato con las empresas de Polanco, Eductrade y Focoex, llevaría las firmas de Belisario Betancur y Doris Eder de Zambrano, su ministra vallecaucana de educación.

 

Desde entonces la Fundación Santillana para Iberoamérica tuvo unas suntuosas oficinas en el norte de Bogotá y aunque sus actividades reales nunca se supieron, en sus sedes sociales tuvo Jesus de Polanco una fachada para actuar con tranquilidad como comisionista, captador de dineros y canalizador de recursos, muchos de ellos, de dudosas procedencias.

 

La Fundación, que en sus orígenes tuvo un patronato integrado por cuatro ex presidentes y su casero español: Carlos Lleras Restrepo Misael Pastrana Borrero Alfonso López Michelsen y Jesús de Polanco,  es dirigida ahora por su hijo Ignacio y por Belisario Betancur, junto a Pedro Gomez Barrero, Nicanor Restrepo, Patricia Cardenas Santamaria y tiene un consejo directivo integrado por Otto Morales Benitez, Amparo Sinisterra de Carvajal, Manuel Elkin Patarroyo, Mario Calderon Rivera, Enrique Santos Calderon, Jorge Orlando Melo, Paolo Lugari Castrillón, Liliam Suárez Melo, Jaime Posada Díaz, Crueldad Bonet, Bernardo Hoyos Pérez, David Manzur y Fernando Lastra Aritio, Gerente General de la Editorial Santillana en Colombia. Otros miembros de la nomenclatura cultural como Ramón de Zubiría, Pedro Gómez Valderrama, María Mercedes Carranza, Ignacio Chaves Cuevas o Álvaro Tirado Mejía prestaron sus nombres, ingenuos o no, al acaudalado emporio peninsular.

 

Como anotó Jorge Child en sus artículos sobre el “boom editorial colombiano” en El Espectador del 5 y 14 de Mayo de 1991, quien propuso un Plan Lector para los colombianos fue la Fundación Santillana, donde fueron instruidos los dependientes de los Ministerios de Educación y Cultura, creado, este último, a imagen y semejanza de las necesidades del Grupo Prisa por ese prisionero de la codicia, Ramiro Osorio Fonseca, desde donde saltaría a Rector de la División de Asuntos Culturales de la Secretaría General Iberoamericana (SEGIB) y Director General de ARTeria, de la descompuesta SGAE en Madrid, en cuyas recepciones siempre ha lucido sobre sus ternos italianos y franceses la Orden de las Artes y las Letras de Francia, la Medalla del Instituto Colombiano de Cultura, la de Isabel Católica de España, la Legión de Honor francesa o la Democracia de Colombia, mientras sostiene en sus pulcras manos un extraño Doctorado de la Universidad Soka de Tokio.

 

Los cruzados del dogma Polanco para complacer a Prisa, sus editoriales y empresas de materiales didácticos con la creación de 2000 nuevas bibliotecas en Colombia con 150 años de atraso han sido los Cainita Brothers, Jorge Orlando y  Moises Melo, alevines del Nadaísmo y la Extrema Izquierda que terminaron al servicio, no de la burguesía ni el imperialismo, sino de una multinacional del lavado de activos y el tráfico de influencias.  Son numerosos los artículos que Jorge Orlando Melo ha confeccionado y continua tramando para justificar la adquisición con dineros del estado de los bienes culturales tangibles e intangibles que produce la familia Polanco, mientras Moises, desde la Cámara de la Industria Editorial Colombiana, el Cerlac y la Editorial Norma, ejecutó, como su hermano desde las numerosas bibliotecas del Banco de la Republica [cuyo control del gasto lo hace el mismo que lo ordena], gigantescas transacciones a favor de la multinacional española.

 

La Doctrina Polanco, puesta en boca de Jorge Orlando Melo, puede leerse en su bitácora [http://www.jorgeorlandomelo.com/elementos_para.htm]:

 

1.    El gobierno nacional apoyará la creación de bibliotecas en todos los municipios donde no existan en la actualidad. Este apoyo consistirá en la dotación de una “colección mínima” de 1500 a 2500 títulos, con un computador que incluirá el catálogo sistematizado de la colección. Este apoyo se dará únicamente a los municipios que destinen un local apropiado, lo doten de un mobiliario básico, nombre un bibliotecario de tiempo completo, asuman los gastos de funcionamiento y garanticen la apertura de la biblioteca en horarios mínimos.

 

2.    El gobierno nacional apoyará la consolidación de las bibliotecas de las capitales  donde no exista biblioteca del Banco de la República. (Medellín, Cali, Bucaramanga, Barranquilla, Montería, Cúcuta, Neiva, Armenia, Arauca, Vaupés, Vichada, Guaviare, Villavicencio) y de los municipios de más de 50000 habitantes, para garantizar que en todas ellas existe una colección básica de al menos 5000 volúmenes.. Este apoyo se dará únicamente a las bibliotecas que tengan un local adecuado, un catalogo computarizado y el personal necesario, y reciban de las autoridades locales (departamental y municipal) un apoyo razonable y un compromiso de actualización.

 

3.    Para minimizar costos, se adquirirán los libros de la biblioteca básica (2.400 títulos) y de la lista amplia (5000) elaboradas por la Biblioteca Luis Ángel Arango. Podría solicitarse a la misma biblioteca que contribuya al proyecto con la catalogación total de la colección. La compra y procesamiento de estas bibliotecas se contratará con una entidad privada o internacional, tipo Fundalectura o Cerlalc.

 

Pero si la creación física de Bibliotecas es hoy un anacronismo, la dotación de ellas con libros de papel, producidos para comunidades peninsulares, con otras lenguas y tradiciones, ignorando fulleramente la enorme producción de impresos, audios, videos, filmes e instalaciones de las pequeñas editoriales y productoras colombianas, es un crimen de estado. Hay que repasar los listados de ítems que componen los comités de que habla Melo para saber que ellos están integrados por empleados ad hoc de las editoriales y librerías designadas a dedo por los agentes de los Polanco: sólo la literatura oficial producida por Alfaguara, los duendes oficiales producidos por Norma, los pensamientos oficiales de Anaya, la historia de la poesía oficial inventada por William Ospina, donde como en los tiempos de Stalin se borra y anula a los enemigos, los textos demoniacos oficiales de Planeta, las traducciones y galimatías oficiales de Nicolás Suescún para los despojos de El Ancora, las 5 o 6 inconcebibles biografías oficiosas de Panamericana diseñadas por la lividez mental de Conrado Zuluaga, mas dos o tres libritos seudo oficiales de Seix Barral, etc. 

 

Ahora bien. Según Internet World Stats Colombia tiene 22,6 millones de usuarios de internet, con un  50,4 % de cobertura. Para Napoleón Franco, 6 de cada 10 colombianos utilizan internet y para Vive Digital las suscripciones, a la fecha, a banda ancha son del orden de los 4,1 millones. El Ministerio de las Tecnologías, que acaba de conceder un contrato al Grupo Salinas, espera construir conexiones de banda ancha en 753 municipios, con una inversión de 415.000 Millones de pesos para el 2014, alcanzando una cobertura de 98% en 1078 municipios para los estratos 1 a 3 de hogares y las micro, pequeñas y medianas empresas, el 96% de las pymes del país.

 

Ignorando estas buenas nuevas, las Secretarias de Cultura y Educación de Bogotá [léase Catalina Ramirez Vallejo, Santiago Trujillo, Julian David Correa y Ricardo Sánchez Ángel] han puesto en marcha un nuevo elefante blanco llamado DICE, Plan de Inclusión a la Lectura y Escritura, para construir en el Distrito Capital, entre 2012 y 2018, tres gigantescas nuevas bibliotecas, 150 más de tamaño mediano y 60 nuevos espacios no convencionales  [¿?] para la lectura, con un costo aproximado de 130.000 [Ciento treinta mil] millones de pesos. En esos edificios y estanterías colocarían, estiman Ramirez y Sánchez, un millón de nuevos libros, porque hasta la fecha sólo han logrado comprar a [Santillana, Visor, Fondo de Cultura Económica, Pre-textos, etc.] 2 millones 790 mil en las 110 bibliotecas que hay actualmente, cuyo 95%  son de una pobreza que asusta. En Suba, uno de los barrios más grandes, por ejemplo, hay, sumados los libros existentes en bibliotecas, colegios y otros espacios, sólo 118.315 libros mal mantenidos, en Sumapaz hay 10.648 libros para siete mil habitantes y en localidades como Los Mártires, Antonio Nariño, Puente Aranda, San Cristóbal, Usaquén, Bosa, Engativá o Kennedy hay entre 0,12 y 0,24 libros disponibles por habitante.

 

Más la joya de la corona: Libro al viento[1],  el otro diamante de la corrupción del Polo Democrático Alternativo. Un peculado de Laura Restrepo, respaldado por el cuba Luis Eduardo Garzón y su honorabilísimo secretario de educación Abelito Rodriguez, que a poco de haber parido la creatura recibió 175.000 dólares por el Premio Alfaguara de Novela[2] y que ha puesto en manos de desechables, drogadictos, vagos y avivatos del libro más de tres millones y medio de ejemplares de más de setenta títulos de libros editados a precios descomunales y que terminan en los mercadillos de lance de San Victorino y las San Librarias capitalinas para pagar unas bichas de bazuco, unos corrientazos de pobre, unas polas y que nadie, pero nadie, lee con tanta hambre, tantos trancones, tanta mugre arriba y debajo de los Transmilenios.

 

Ramírez y Sánchez tienen proyectado extender en 165 los sitios[3] para dilapidar estos libros hasta alcanzar la cima de 6.647.000 unidades. Entre los autores más promocionados figuran sólo autores Santillana o Balcells: Adolfo Bioy Casares, Alfredo Bryce Echenique, Antonio García [Soho, Rolex], Carlos Fuentes, Cristian Valencia [El Tiempo], Darío Jaramillo Agudelo, [Banco de la Republica, FCE, Pre-Textos, otras], Guillermo Cabrera Infante, Hector Abad Faciolince, [Babelia, Juan Cruz, Grupo Prisa, El Espectador], José Donoso, José Saramago, Juan Carlos Onetti, Juan Manuel Roca [Visor, Casa de América, M-19], Juan Rulfo, Julio Cortázar,  Julio Paredes, Julio Ramón Ribeyro, Lina María Pérez, Luisa Valenzuela [La Nación de Buenos Aires], Mario Vargas Llosa, Mauricio Reyes Posada, Ricardo Silva Romero, Roberto Rubiano Vargas, Rubem Fonseca, Santiago Gamboa, Sergio Pitol, William Ospina, etc.

 

No más bibliotecas públicas, no más corrupción. Lo que toda la población pobre colombiana necesita para aprender a trabajar y para aprender todo lo que en esta vida pueda aprenderse es un servicio de banda ancha, al menos de cuatro megas, en cada casa o al menos en cada escuela, colegio, casa comunal, y el obsequio a todos los colombianos mayores de doce años de un computador portátil barato dotado de internet. Allí, en el espacio inabarcable esta la democracia, está el cine, esta la televisión, está la radio, están las ideas, las enciclopedias, el amor, la vida. Todo casi gratuito, como nunca antes llegamos a imaginar.

 

A otro perro con ese hueso. Quien haya visitado en estos dos últimos años las vetustas casas de cultura que albergan las más de 1406 bibliotecas públicas del Ministerio de Cultura, con sus techos rotos, los libros rodando por el suelo, el computador habitado por cucarachas y ratones, las puertas cerradas a causa del invierno o por la humedad sofocante del trópico, esos mundos vacios de seres humanos donde titila apenas el hambre y la miseria, o los hermosos recintos de las mega bibliotecas de Bogotá y Medellín o las pulcras y apacibles de la red de bibliotecas del Banco de la República sabe que sólo las visitan ahora unos cuantos desocupados y los ancianos ilustrados que todavía leen la prensa impresa y no tienen servicio de internet en sus casas. Ya nadie necesita de un libro impreso para ser feliz y menos para enterarse. A otro perro con ese hueso.

 

Cuadernos para el diálogo, nº 59, Madrid, Diciembre de 2011.

http://www.sibila.com.br/index.php/mix/1946-colombia-bibliotecas-publicas-y-corrupcion

 

 

[1] Ana Roda Fornaguera (Bogotá, 1955), ha sido en el último cuarto de siglo una de las más eficientes colaboradoras de las editoriales españolas y en especial del grupo Prisa desde que se licenció, junto a Crueldad Bonet a finales de los años setentas en la Universidad de Los Andes, bajo la impronta de Montserrat Ordoñez (1941-2001), la hispano colombiana que en la Universidad de los Andes inauguró una suerte de nuevo hispanismo patrio con un redomado complejo de inferioridad con las editoriales peninsulares.

 

A Roda, decidida a buscar nichos para la literatura infantil de su madre y compradores de los retratos de su padre, el filo comunista Juan Antonio, Ordoñez la colocó primero en el Fondo Cultural Cafetero, una de las editoriales estatales que más libros de políticos publicó durante el Frente Nacional, verdadero arquetipo de despilfarro y mediocridad hasta cuando la misma señora la llevó de la mano durante ocho años para arruinar las colecciones de literatura y ensayo que ella había creado en Norma. Una vez liquidada esa división para que Prisa ocupara los fabulosos contratos de compras de libros estatales, Roda saltó sobre otro presupuesto, la Secretaría de Cultura del Distrito Capital, donde se inventó Libro al viento para convencer a los demagogos del Polo Democrático [cuatro millones de libros en tres años, “la campaña no era de devolución, sino de lectura”, dijo Roda] y a los corruptos de la Anapo, que podían malversar millonadas de dinero y papel en unas biblio estaciones de los buses de Transmilenio logrando para su diversión y turismo que Bogotá fuera designada Capital Mundial de Libro, en 2007, en una ciudad con menos de cien librerías y nueve millones de habitantes.

 

Los secuaces de Prisa, Hector Abad Facio Lince, Crueldad Bon Ice, Dario Jaramillo Agudelo, Pilar Reyes de Jursich, Belisario Betancur, los hermanos Melo, etc., la hacen directora de la Biblioteca Nacional de Colombia y por tanto controladora de las extensas listas de libros que nutren cada año las fantasmales 1406 bibliotecas creadas por el increíble Plan Nacional de Lectura y Bibliotecas, con una partida de 35 mil millones de pesos para 2013, en pleno auge de la banda ancha, los ordenadores, los Ipads, las tabletas, los teléfonos inteligentes…. Un impresionante expolio de los presupuestos culturales de una nación en plena guerra fratricida.

 

Como premio a sus pingües servicios Prisa le hizo presidenta de IBERBIBLIOTECAS, el Foro Iberoamericano de Responsables Nacionales de Bibliotecas Públicas (FIRBIP) de los países de Iberoamérica, además del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (CERLALC). Según un informe de 2009 del Ministerio de Cultura y CEDRO de España el sector editorial vendió en América Latina unos 259 millones de libros, facturando entre libros y derechos de autor unos 3.250 millones de euros, con unos 73.000 títulos, un desplome del 38% para la poesía y el teatro, pero con incrementos del 3.2% para la narrativa y de 4.5% para el libro juvenil e infantil.

 

[2] Delirio (2004) de Laura Restrepo, escribió en su bitácora MT Aguilera Garramuño,  hubiera tenido cierto valor si no copiara casi milimétricamente el estilo de Saramago (esa ausencia total de puntos y ese abuso de las comas, que convierte las escenas en un mazacote, una especie de torta alquímica, de la que es difícil separar el oro)”.

 

[3] 5 plazas de mercado (Quirigua, Restrepo, La Perseverancia, Fontibón y Trinidad Galán), 22 hospitales del Distrito, 220 comedores comunitarios, 44 Paraderos Paralibros Para Parques (PPP), 6 Bibloestaciones del sistema Transmilenio (portales de Usme, Américas, Suba y Sur; y estaciones de Ricaurte y Avenida Jiménez), 100 Clubes de Lectores, 16 Cades, los Supercades (CAD, Calle 13, Suba, Bosa y Américas), además de todos los colegios del Distrito.

 

Visto  Diatribas de Umberto Cobo