Juan Manuel Roca, Darío Jaramillo Agudelo y Mario Rivero.

 

 

la poesía en colombia a finales del siglo que ya pasó

 

Todo comenzó en 1985, año de la extradición de Hernán Botero[1]; el apagón de Marzo; Los acuerdos de La Uribe [FARC] y Corinto [M-19]; la creación de la Unión Patriótica; la Catástrofe de Armero; el Holocausto del Palacio de Justicia; la muerte de Eduardo Carranza; Miguel Rodriguez Orejuela pagando 1 millón de dólares para que el Ministerio de Justicia autorizara la solicitud de extradición a Colombia de su hermano Gilberto, preso en la España de Felipe Gonzalez[2]; Ramón Isaza, “El viejo” y sus Autodefensas del Magdalena Medio[3]; el Poder Popular de Ernesto Samper Pizano;  la muerte, en combate, del comandante del M-19 Iván Marino Ospina y su hijo Gerardo; la conspiración contra Jaime Caycedo del Partido Comunista; la invención del Festival Internacional de Teatro de Fanny Mickey y Ramiro Osorio, luego del éxito de la Gata Caliente durante el lapso de Pablo Escobar en la Cámara de Representantes; la interminable publicación de los camelos de Álvaro Mutis por Pro y Colcultura bajo la dirección, compra y distribución de su hijo Santiago; el atentado, en un restaurante de Cali contra Antonio Navarro, María Vásquez y Alfonso Caycedo; el ataque al corazón de Françoise Sagan en Bogotá; la presentación del primer libro de ejercicios líricos de William Ospina en la Casa de Nariño bajo los auspicios de La Legión del Afecto[4]  y los seis millones de pesetas en joyas robadas a Gabriel García y Mercedes Barcha en el Hotel Princesa Sofia de Barcelona, todo anunciado por el Calcas de Mejorada del Campo donde murieron Marta Traba, Jorge Ibargüengoitia, Manuel Scorza, Angel Rama y 180 personas más, cuando volaban a Colombia a una reunión poética con Belisario Betancur, bajo la dirección del recién nombrado seudo ministro de cultura del Banco de la República y de la cual se salvó, de milagro, Antonio Caballero Holguín, el biógrafo de Ignacio Escobar Urdaneta de Brigard.

 

A finales de 1986, Semana publicó una reseña del estado de la poesía, concluyendo que “hoy los poetas son tenidos como la permisible, inofensiva y en cierto modo, necesaria, franja de lunáticos".

 

Indignada por tales palabras, la futura integrante por el M-19 de Abril de la Constituyente de 1991, María Mercedes Carranza, que acababa de recibir de manos de Genoveva Carrasco[5]  el inquilinato donde habían vivido José Asunción Silva y Aurelio Arturo, para transformarlo en una Maison Poétique, respondió, con la enorme lucidez que aún le asistía, diciendo que el poema es el único producto humano que aún permanece fuera de la sociedad de consumo, ajeno a las leyes de la demanda y la oferta porque nadie financiaba, hasta entonces, una lectura de poemas en voz alta. El poema es, así, un acto solitario que no requiere inversión económica para confeccionarle y menos disfrutarlo. ¡Cuántos buenos poetas viven y han muerto ignorados y desconocidos! exclamaba Carranza Coronado. ¿Y para qué diablos entonces sirve?

 

“La poesía –sostuvo-- proporciona un goce y una interpretación de !a realidad para cuya comprensión la sociedad moderna pierde día a día sensibilidad, manipulada por los esquemas y por la visión limitada que le imponen la sociedad de consumo y los medios masivos de comunicación. En esta sociedad el poeta no existe porque no produce mercancías. “

 

Como han certificado varios historiadores, fue durante el cuatrienio [1974-1978] del gobierno de Alfonso López Michelsen, cuando Colombia se consolidó como el primer exportador de estupefacientes de la historia contemporánea, que algunos llaman con una ironía digna de Caifás (AC y DC), [antes y después] de la Coca. López Michelsen (1913-2007), hijo del más grande presidente republicano del siglo pasado; bisnieto de un sastre radical cuyos descendientes son miembros de esa oligarquía que viaja a Paris, Londres o New York a comprar camisas o cortarse el cabello; incorregible adicto al sexo femenino,  odiaba, como Alberto Lleras Camargo, el país donde habían nacido y sólo soportaron para, al servir a los poderosos de Londres y Washington, hundirlo en la miseria y la humillación.

 

De las entrañas del Frente Nacional saltó el basilisco que en su odio por los liberales nunca vislumbró Laureano y mucho menos su hijo Álvaro Gómez: los narcotraficantes[6] eran ya la nueva clase y la incontenible nueva fuerza política, enquistada en todo el entramado corruptor de sus gobiernos milimétricos y bipartidistas, cuyos dineros elegían el Congreso, nombraban magistrados, ministros, gobernadores, alcaldes, procuradores, jefes de la policía, pervertían la debilitada izquierda y terminarían liquidando moralmente las guerrillas que decían combatir el estado de cosas imperante.

 

El triunfo del narcotráfico y la escalada de la guerra civil entre guerrillas y paramilitares[7] ofreció a un sector de la inteligencia colombiana[8]  la oportunidad de entrar en escena con beneficios y resultados que nunca habían conocido.

 

En 1986, de los trece suplementos literarios que hubo en Colombia, sólo el Magazín Dominical de El Espectador tuvo una página consagrada a la poesía…, de Juan Manuel Roca. Para entonces ya habían muerto las revistas[9] dedicadas al género[10] y sólo unas, más o menos mediocres o presuntuosas: Gradiva, Pluma, Gato encerrado, Número, Puesto de Combate, Ulrika, Aleph, El Malpensante, Número y la longeva y al fin difunta Golpe de Dados sobrevivirían, mas como fuente de ingresos y tráfico de influencias de sus propietarios que como instrumentos para la difusión de la literatura.

 

Hasta ese año existió el programa Que hablen los poetas auspiciado por el Banco de la República, cuyas instituciones culturales terminarían al servicio de las multinacionales del libro de texto, la literatura y las artes. Durante un cuarto de siglo, un pretendido bardo [léase Darío Jaramillo Agudelo] convirtió los enormes fondos de esa institución pública en una suerte de peana para alcanzar una gloria que ni él mismo merecía y en últimas sirvió a las editoriales y poetas de España y México más que a los genuflexos poetas nacionales. El gran monumento a esas ambiciones faraónicas del sub-gerente de marras es el cínico Centro “García Márquez” del Fondo de Cultura Económica, levantado sobre las multimillonarias compras de sus libros ordenadas por los secretos comités de la Biblioteca Luis Angel Arango, cuyo Boletín Cultural y Bibliográfico es la fría lápida de esa poesía aupada desde los extensas despachos de la Casa de la Moneda y colgada de las solapas de la propia revista.

 

En 1997 Ernesto Samper Pizano y Jacquin Strauss Lucena crearon el Ministerio de Cultura para dotar de ingresos a la nueva y descompuesta inteligencia que pretendía hacer de Colombia una república de festejos, fandangos y rumba interminables. Desde entonces Casa de Poesía Silva y el Festival de Poesía de Medellín hicieron de la poesía, con el apoyo infecto y vicioso de ese ministerio y las nuevas secretarias de cultura de los distritos especiales,  el más grande espectáculo de nuestro tiempo. Filmes, videos, seriales de televisión, grabaciones, lecturas públicas, seminarios, grandes tirajes gratuitos de libros de versos[11], todo ha servido para prorratearse los presupuestos municipales y de los ministerios. En ningún otro país del mundo ha servido la poesía tanto a los políticos de la guerra en su ejercicio del poder.  Y como nunca antes, la inopia de la poesía ha escalado hasta las profundidades de la ignorancia y ordinariez. Instrumentalizada y pervertida como oficio y como forma de vida, la poesía, colombiana o no, en Colombia ha desaparecido y no parece dar señales de vida en un futuro inmediato. Porque como nunca antes, distritos  y gabinetes, secretarias de cultura y empresarios del capital han invertido desmedidas sumas de dinero para hacer brillar la lírica como otra joya de la pasarela y el entretenimiento contemporáneo.

 

Los poetas colombianos crecen ahora como palma africana y desaparecen como coco, según el criterio del manipulador de turno, d´habitude poeta él mismo[12]. Hoy son más de medio centenar los vates vivos y muertos que lucen en sus faltriqueras más de un laurel del erario público[13], pero nadie, literalmente, nadie, recuerda sus nombres y menos, sus versos. 

 

Pero no todo estaba perdido, como dije en la introducción a esta antología. A pesar del triunfo de la barbarie sobre la civilización y el auge del comercio del libro como parte del espectáculo contemporáneo, un puñado de escritores, nacidos, en su mayoría, en provincia, entre la segunda mitad del siglo pasado, [1953-1973], Antonio Silvera Arenas, Eduardo García Aguilar, Felipe García Quintero, Fernando Molano Vargas [1961-1998], Jhon Better Armella, Jorge García Usta [1960-2006], Juan Pablo Roa, Mauricio Contreras Hernández, Miguel Iriarte Diaz-Granados, Orlando Sierra Hernández [1959-2002], Rómulo Bustos Aguirre y Toto Trejos Reyes [1969-1999], que conocieron en carne viva el maridaje de la frivolidad y las muertes atroces cuando el derroche y el consumo teatral y conspicuo fue paradigma de la vida social, desoyendo las hienas que vociferaban que la poesía debía secar la sangre de los rios y romper las cadenas de las moto sierras con la declamación de versos en estadios y bares, escribieron no pocas veces en foscos silencios algunos de los poemas que dan testimonio de una época atroz, los años finales del siglo XX en Colombia. A ellos dedicaremos las líneas finales de este trabajo.

 

Colombia es un país en ruinas donde la mafia y el paramilitarismo han elegido más de un presidente y controlado las cortes y el parlamento. Una nación de analfabetos, donde si alguien grita en la puerta de un café “poeta” nadie responde.

 

Revista Casa Silva, Usiacurí,  Octubre 23 de 2009.


 

 

[1] Hernán Botero: La pelea del primer extraditado, El Espectador, Bogotá, 11 de julio del 2009. http://www.elespectador.com/impreso/judicial/articuloimpreso150194-pelea-del-primer-extraditado

 

[2] Los narcos controlaban un tercio del parlamento colombiano, Clarín, Buenos Aires, 11 de julio de 1997. http://www.clarin.com/diario/1997/07/19/t-03401d.htm

 

[3] El viejo Ramón Isaza, Verdad Abierta, Bogotá, 29 de diciembre de 2008.

http://www.verdadabierta.com/component/content/article/36-jefes/673-perfil-ramon-isaza-alias-el-viejo

 

[4] José Navia: Los legionarios del afecto, El Tiempo, Bogotá, 07/10/2007.

http://www.eltiempo.com/participacion/blogs/default/un_articulo.php?id_recurso=450010452&id_blog=3923559

 

[5] Roberto Posada Garcia Peña: Recuerdo de Genoveva, El Tiempo, Bogotá, 14 de junio de 1995. http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-344816

 

[6] Los discípulos de la camada nadaísta integrada por José Mario Arbeláez, Humberto Navarro, Mario Cataño, Elmo Valencia, Eduardo Escobar,  Dario Lemus, etc.

 

[7] 1.500.000 hectáreas expropiadas,  32.000 asesinados o desaparecidos en unas 1347 masacres, 2500 sindicalistas ultimados,  unos 3 millones desplazados, 300 periodistas liquidados, otros tantos indígenas y cientos de concejales.

 

[8] Digamos a manera de ejemplo,  Andrés Carnederes, Antanas Mockus, Alfredo Molano, Álvaro Castaño Castillo,  Álvaro Tirado Mejía,  Andrés Hoyos, Arturo Alape, Aura Lucía Mera, Aseneth Velasquez, Bernardo Hoyos, Carlos Duque, Carlos José Reyes, Carmen Barvo, Chucho Bejarano, Conrado Zuluaga, Daniel Samper Pizano, Eduardo Serrano, Estanislao Zuleta, Fanny Mickey, Genoveva Carrasco, Gloria Zea, Germán Castro Caicedo, Guillermo Páramo, Héctor Abad Faciolince, Héctor Rojas Herazo, Hernando Valencia Goelkel, Ignacio Chaves Cuevas, Ivonne Nicholls, Isadora de Norden, Jean Claude Bessudo, Jorge Eliecer Ruiz, Jorge Orlando y Moises Melo, José Fernando Isaza, Laura Restrepo, Luis Ángel Parra, Marco Palacios, Martha Senn, María Elvira Bonilla, Miguel Silva, Patricia Lara, Piedad Bonet, R.H. Moreno Durán, Roberto Burgos Cantor, Roberto Posada García Peña, Rubén Sierra, Sandro Romero, Santiago Mutis Durán, Salomón Kalmanovitz, William Ospina, etc.

 

[9] Jorge Orlando Melo: Las revistas literarias en Colombia, véase  http://www.jorgeorlandomelo.com/bajar/revistas_suplementos_literarios.pdf

 

[10] Letras nacionales, Espiral, Eco, Acuarimántima, Razón y fábula, Estravagario, Olas, El café literario, Argumentos, Gaceta, etc.

 

[11] Otro de los tergiversadores de la poesía colombiana ha sido Miguel Méndez Camacho [Cúcuta, 1942]. Aficionado a las carreras de caballos, abogado de la Universidad Externado y Licenciado en Humanidades por la Central de Venezuela, ha sido director del Instituto de Cultura de Norte de Santander, donde controló por años los premios Cote Lamus, subdirector del Instituto Colombiano de Cultura, Colcorupta,  bajo los gobiernos de Turbay y López Michelsen, Ministro Consejero de la Embajada de Colombia en Argentina durante seis años, gerente de Pro Cultura, una empresa mixta de Gloria Zea, donde gobernó la colección Clásicos Colombianos con la ayuda de Alvaro Mutis y su hijo Santiago. Desde hace 30 años es Decano de Cultura de la Universidad Externado, donde ha dirigido la colección Un libro por centavos, a partir de la brillante idea de recuperar para la poesía las sobras de papel de los grandes tirajes de su imprenta, contando para la colocación de esos cuadernillos con la edición nacional de la revista El Malpensante. Un libro por centavos ha recopilado a la fecha unos 90 epítomes, la mayoría dedicados a la nueva poesía confiriendo títulos como  Al pie de la letra, de John Galán Casanova; Álbum de los adioses, de Federico Díaz-Granados; Amazonía y otros poemas, de Juan Carlos Galeano; Antes de despertar, de Víctor López Rache; Aquí estuve y no fue un sueño, de John Jairo Junieles; Botella papel, de Ramón Cote Baraibar; Breviario de Santana, de Fernando Herrera Gómez; Como quien entierra un tesoro, de Orlando Gallo Isaza; De la dificultad para atrapar una mosca, de Rómulo Bustos Aguirre; El ojo de Circe, de Lucía Estrada; El pastor nocturno, de Felipe García Quintero; El presente recordado, de Álvaro Rodríguez Torres; En lo alto del instante, de Armando Orozco Tovar; Evangelio del viento, de Gustavo Tatis Guerra; Herederos del canto circular, de Viro Apüshana; La esbelta sombra, de Santiago Mutis Durán; La fiesta perpetua, de José Luis Díaz-Granados; La frontera del reino, de Amparo Villamizar Corso; La tierra es nuestro reino, de Luis Fernando Afanador; Las cenizas del día, de David Bonels Rovira; Lenguaje de maderas talladas, de María Clara Ospina Hernández; Libreta de apuntes, de Gustavo Adolfo Garcés; Los días del paraíso, de Augusto Pinilla; Luz en lo alto, de Juan Felipe Robledo; Morada de tu canto, de Gonzalo  Mallarino Flórez; Música callada, de Jorge Cadavid; Nadie en casa, de Piedad Bonet; Orillas como mares, de Martha L. Canfield; País íntimo, de Hernán Vargascarreño; Palabras escuchadas en un café de barrio, de Rafael Díaz del Castillo Matamoros; Paraíso precario, de María Clemencia Sánchez; Poemas reunidos, de Miguel Iriarte; Poesía en sí misma, de Lauren Mendinueta; Poeta de vecindario, de John Fitzgerald Torres; Por arte de palabras, de Luz Helena Cordero Villamizar; Postal de viaje, de Luz Mary Giraldo; Puerto calcinado, de Andrea Cote; Resplandor del abismo, de Orieta Lozano; Signos y espejismos, de Renata Durán; Soledad llena de humo, de Juan Carlos Bayona Vargas; Suma del tiempo, de Pedro Arturo Estrada; Trazo en sesgo la noche, de Luisa Fernanda Trujillo Amaya; Un día maíz, de Mery Yolanda Sánchez; Un jardín para Milena, de Omar Ortiz; Una palabra brilla en mitad de la noche, de Catalina González Restrepo; Una sonrisa en la oscuridad, de William Ospina; Voces del tiempo y otros poemas, de Tallulah Flores y Yo me pregunto si la noche lenta, de Juan Pablo Roa Delgado. 90 cuadernillos a la fecha con 1´500.000 ejemplares distribuidos, la serie de poesía más grande del mundo, con un pero: ninguno los lee y menos se comentan.

 

[12] Uno de los más notables gestores de esta fanfarria de la poesía como negocio y espectáculo ha sido Rafael Díaz del Castillo Matamoros, eterno empleado y beneficiario de Casa Silva y a quien se atribuyó, en los pasillos de ese conventillo, durante mucho tiempo, la fuente del tránsito de su directora por la ingesta de sustancias no determinadas. En 2011 hizo un informe de sus fechorías en Revista Ulrika, n°s 45-46, que puede leerse gratuitamente en http://issuu.com/gdelcastillo/docs/ulrika45-46. Para darse una idea de los festivales que preparaba léase la nota de Leonardo Padrón: Los recuerdos de un festival de poesía en Bogotá, publicado en Papel Literario de El Nacional de Caracas el 23 de junio de 2005, reproducido en Ciudad Viva de Bogotá en setiembre de 2005: http://www.ciudadviva.gov.co/septiembre05/magazine/4/index.php

 

[13] Una lista incompleta de premiados con dineros públicos o de fondos de fundaciones incluiría a Adriano Arriaga Vivas,  Premio Juegos Florales; Alberto Velez, Premio Universidad de Antioquia; Alfredo Ocampo Zamorano, Premio Guillermo Valencia, Premio Alférez Real; Alvaro Miranda, Premio Universidad de Antioquia, Premio Banco de la República, Premio Gómez Valderrama; Alvaro Rodriguez, Premio Octavio Paz de Cali, Premio Biblioteca Nacional; Ana Mercedes Vivas, Premio Castro Saavedra; Ana Milena Puerta, Premio Castro Saavedra; Anabel Torres, Premio Universidad de Antioquia; Armando Orozco, Premio Universidad Central; Carlos Trejos, Premio Universidad de Antioquia; Cecilia Balcazar, Premio  Jorge Isaacs; Dario Jaramillo Agudelo, Premio Cote Lamus, Premio Banco de la Republica; David Bonells Rovira, Premio Jorge Gaitan Duran; David Jimenez Panesso, Premio Universidad de Antioquia; David Pineda, Premio Universidad de Cartagena; Eugenia Sanchez, Premio Hormiga; Eugenio Pinto, Premio Martinez Mutis; Fabio Arias Farias, Premio  Mario Carvajal; Felipe Garcia Quintero, Premio Universidad del Quindio; Fernando Arbelaez, Premio Ciudad de Manizales; Premio  Guillermo Valencia; Fernando Herrera Gomez, Premio Universidad de Antioquia, Premio Ministerio de Cultura; Fernando Mejia, Premio Cundinamarca; Flobert Zapata, Premio Universidad de Antioquia; Francisco Javier Gomez, Premio Colcultura; Gabriel Jaime Arango, Premio Universidad de Antioquia; Gloria Posada, Premio Castro Saavedra, Premio Popayán; Gustavo Adolfo Garces, Premio Colcultura; Harold Ballesteros, Premio  Confamiliar; Premio  Ascun; Herbert Protzkar, Premio Café Literario; Horacio Ayala, Premio  Icfes; Hugo Chaparro Valderrama, Premio  Colcultura; Ivan Beltran Castillo, Premio  Bogotá 450 años; Jaime Alberto Velez, Premio Universidad de Antioquia; Jaime Manrique Ardila, Premio Cote Lamus; Jaime Ramirez, Premio Universidad de Caldas; John Galan Casanova, Premio Colcultura; Jorge Artel, Premio  Universidad de Antioquia; Jorge Eliecer Pardo, Premio Servicio Civil; Jorge Rojas, Premio Guillermo Valencia; José Antonio Atuesta, Premio   Departamento del Cesar;  José Manuel Crespo, Premio  Guillermo Valencia; Jotamario Arbelaez, Premio  Kataraín, Premio  Mera Becerra, Premio Catire, Premio Perico, Premio Bareto; Juan Felipe Robledo, Premio  Ministerio de Cultura;  Juan Manuel Roca, Premio  Universidad de  Antioquía, Premio Ministerio de Cultura; Julio José Fajardo, Premio  Guillermo Valencia; Liana Mejia, Premio Universidad de Antioquia; Lucinda Estrada, Premio Ciudad de Bogotá; Luz Angela Caldas, Premio Museo Rayo; Premio  Externado de Colombia; Mario Rivero, Premio Cote Lamus, Premio Banco de la Republica; Medardo Arias, Premio  Antonio Llanos; Premio Universidad de Antioquia; Premio   Luis Carlos López; Nelson Romero, Premio Fernando Mejia; Nora Carbonell, Premio  Confamiliar; Omar Ortiz, Premio Universidad de Antioquia; Orieta Lozano, Premio Erótico Casa Silva; Orlando Gallo, Premio Universidad de Antioquia; Premio Cote Lamus; Premio Colcultura; Orlando Sierra, Premio Universidad de Caldas; Oscar Torres Duque, Premio Ministerio de Cultura; Pedro Blas Julio, Premio Jorge Artel; Crueldad Bonet, Premio  Colcultura; Rogelio Maya López, Premio Agripina Montes; Romulo Bustos, Premio   Lotería de Bolivar; Premio  Colcultura;  Ruben Dario Lotero, Premio Universidad de Antioquia; Samuel Serrano, Premio Tiflos; Saul  Aguirre, Premio León de Greiff; Victor López Rache, Premio Externado, Premio Ciudad de Bogotá, dos veces; Victor Manuel Gaviria, Premio Universidad de Antioquia; Premio Cote Lamus; William Ospina, Premio Colcultura, etc.

 

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