Filmes colombianos en Venecia

 

El jueves, tras de la lectura de la corresponsalía veneciana de Santiago Gamboa en El Tiempo, se volvió martes. Con cuánto dolor, con cuántas lágrimas en sus ojos, con cuánta decepción Fernando Quiroz, el editor de cultura del tabloide comunicaba a sus relacionados que la película de  Sergio Cabrera, basada en una de las presuntuosas patrañas de su patrón, Álvaro Mutis, había recibido sólo abucheos y las peores opiniones de parte de la crítica que cubre la muestra del Festival de Venecia. Porque hay que reconocer el valor de Fernando Quiroz al no dejarse obnubilar por el dolor y tener esa capacidad tan suya de titular con meridiana claridad y una honestidad puesta a prueba que "Ilona no convenció en Venecia".

 

No vaya a creer el lector que este acto casi suicida es poca cosa. Todos teníamos puestas nuestras esperanzas, -y cuando digo todos, me refiero a todos los maqrolianos y normasianos y ospinianos, miembros del Club de los Anos- en Sergio y su equipo, pues con la ayuda inigualable de Álvaro íbamos al fin a gozar de un León de Venecia o de una Palm d'Or, en fin, pero íbamos a salir adelante con el cine nacional. Titular "Ilona no convenció en Venecia", luego de una semana de preparativos, tuvo que ser  una peritonitis para Quiroz.

 

Fernando Quiroz, si no lo saben, es uno de esos afortunados jóvenes colombianos que elegidos por Álvaro Mutis para diseminar su gloria por el mundo, caen del cieno a las direcciones de cultura de las redacciones de los periódicos y sin que sus dueños se enteren, todo el poder de las pautas y las páginas de esos diarios es puesta al servicio permanente de las ventas y la fama del nunca bien ponderado y premiado hijo de Coello.

 

En las últimas dos semanas previas al desafortunado anuncio del jueves, El Tiempo (quiero decir Quiroz), había hecho lo imposible para echar las bases de la gloria que veía venir con llona. Primero una noticia escueta de cómo el filme de Cabrera había sido aceptado para participar en la Mostra; luego una entrevista extensa con Sergio, donde el divino ex guardia rojo de plateados cabellos destacaba la enorme y sin par colaboración que Álvaro le había prestado, la belleza inigualable, latina y romana de la Podestá colombiana, etc. Y así hasta llegar al miércoles pasado, cuando Álvaro Mutis llegó a Venecia y se dio un auto homenaje durante la Mostra. Una lectura de sus “poemas” que, medio borrachos, habían hecho algunos de los extras de la película, que con plata de su propio bolsillo estaban a la espera de unas migajas de la gloria que iban a recibir, en ese momento, Álvaro primero y luego Cabrera.

 

Pero como anota Gamboa, otro utilizado de Mutis con cargo diplomático en Unesco y piso en París, no todo está perdido. Bien es cierto que los críticos italianos fueron despiadados con Cabrera, diciendo incluso que era la peor película que habían visto en los últimos cien años, pero dejando bien claro, que la gloria, la fama, el esplendor y las trompetas seguían siendo para Álvaro y especial para su adorado hijo Santiaguito, de cincuenta años ahora, que junto con su nueva esposa, la ex guerrillera y ex amante de Toño Navarro, misiá Laura Restrepo, viuda de un suicida, acompañados por Carmen Balcells, tuvieron un yeyo al saber la infausta noticia.

 

¿Que diablos sucede- con el cine colombiano? Esa es la pregunta que todo el mundo se hace estos días luego de los fiascos de la película de Cabrera y las caídas de bruces de Tiresias en el otro filme de Jorge Alí Triana. ¿Qué sucede con el cine colombiano cuando cuenta con el apoyo de numerosas instituciones y además es promovido por los propios autores de los libros, en este caso Mutis y García Márquez?

 

El cine, todo el mundo lo sabe, es una de las artes más difíciles de lograr pues requiere un esfuerzo colectivo, la creación de un equipo primero y luego la ejecución de un acto creativo donde desaparecen los matices de los individuos y florece el cuerpo todo del filme, sin que podamos rastrear quién hizo esta o aquella parte.

 

En los filmes colombianos donde se han presentado esas enormes diferencias entre las posibles humildades de los integrantes de los equipos, el fracaso ha sido moneda corriente. Primero, la novela es de Gabriel García Márquez o Álvaro Mutis, con sus nombres a cuestas, sus personalidades e ideas sobre el cine. Luego viene el director, que sin duda tiene que sobresalir sobre los actores y los demás integrantes de las trupés, y por último, siempre como arrinconados, quedan los editores, los músicos, los productores, en fin, los últimos siempre por ser unos absolutos desconocidos. Y allí salta la rana. En una película cierta, ni el director ni los actores y mucho menos el editor y el músico tienen otro lugar que el mismo para todos. Cuando en Cabo Cañaveral lanzan un cohete a la luna, el director de la Nasa goza de tanto prestigio como la señora que le cosió el traje al astronauta. En Colombia eso sería imposible.

 

Quedaría por último, para intentar dar una explicación compleja a los sucesivos fracasos de nuestros filmes, hacer referencia al papel que corresponde al prestigio de los escritores y los actos de los medios de masas en esas debacles Tengo la impresión que en muchos de los casos se da por sentado que la fama y las ventas masivas de los libros de los escritores van a trasladarse a las películas. Olvidando que una cosa es una novela y otra el libro cinematográfico. Y en cuanto a los medios, no creo que exista otro país como Colombia donde haya tanto camelo e impostura alrededor de los prestigios de ciertos artistas, en especial ahora, cuando florecen las editoriales, la televisión y la radio.

 

Porque si hace algunos años no existían las páginas dedicadas al cine o los libros en los periódicos, ahora, cuando las pautas de los editores y los distribuidores de filmes son moneda corriente, toda crítica y difusión está orientada a satisfacer sus intereses. Cosa que no parece suceder de la misma manera en otros países y otros medios. La prensa norteamericana, por ejemplo, guarda cierta distancia crítica respecto de las avalanchas publicitarias, y otro tanto hace la alemana, la japonesa o la italiana.

 

Aquí no. Lo que hay entre nosotros es un creciente engaño, un insolente camelo y una grosera impostura con máscara y mueca de una supuesta objetividad.

 

La prensa, Bogotá, domingo 8 de Septiembre de 1996.

 

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